y III) EL BUENO.
En el Bueno, el Feo y el Malo, el Bueno lo encarna Clint Eastwood, un anarquista-libertario-liberal en la vida real, según se proclama él mismo, cualquier cosa que sea lo que signifique eso, aunque no parece probable que tenga un poster de Bakunin en el salón comedor. En el film, sus enemigos lo llaman el Rubio, y sus amigos no se sabe, ya que amigos, lo que dice amigos, no llega a tener ninguno en las dos horas largas que dura la peli. Espigado y un poco desgarbado por la parte de las piernas, como si hubiera nacido sobre su caballo, luce su célebre purillo, la mayoría del tiempo apagado, y apenas el conato de sonrisa del cínico que a poco que te des la vuelta te dará matarile mientras se rasca la oreja. Es un busca dólares que, sin avergonzarse de ello, descubre el misterio de la cosa y de la vida en las afueras de un pueblucho polvoriento en aquel célebre diálogo filosófico con el Tuco, que parece Byung-Chul el de la sociedad del cansancio, pero más de andar por casa. En la vida, lo único que importa son los dólares y los frijoles y el mundo se divide en dos, -debaten el Bueno y el Feo en animada charla-, aquellos que tienen una soga alrededor del cuello y los que disparan a la soga para cortarla, que pueden fallar o no, y a veces fallan… En esos términos tan prosaicos funciona la vida por aquella época en el violento y lejano Oeste. Es una realidad hecha de tiros y partidas de póker en el salón, sin Ferreras ni tertulianos todólogos de medio pelo que enreden en las cosas simples para crear contenidos y cobrar por ello a final de mes. En esos términos van sucediendo las aventuras de los tres tipos, sus trapacerías y las putadas que se gastan entre sí. Es que entonces el salvaje oeste era el salvaje oeste y no una cuenta de Twitter y malo si alguien te daba un like.
Pero volviendo al remake nacional, que es a lo que vamos, y hablando de El Bueno, nuestro héroe principal, cuentan que dio sus primeros berridos ininteligibles en un rancho perdido de Palencia antes de ponerse a hablar con soltura y balbucear que en realidad simplemente tenía caca, cosa común a esa tierna edad. Sin embargo, su precocidad posterior resultó extraordinaria y pronto escaló en las pandillas locales de pequeños trúhanes y caballerizos del pueblo, de suerte que, en pocos años, ayudado por su extraordinario expediente académico de másteres y doctorandos de pistolero Cum Laude, en particular del de Aravaca Town de revólver, escopeta y tiro al plato, que le consagró como el gatillo más rápido del condado, y, tras llegar a jefe de Nuevos Granjeros de la comarca en pugna con el afamado Carromero Kid, -un gunner despiadado recién caído en desgracia tras acabar en unos días con la misma oposición cubana a la que había ido a reanimar en la antigua colonia española-, consiguió auparse en la chepa de una de las tres bandas confederadas del Trifachito, organización tricéfala en su dirección pero con el objetivo común de redimir a España y a los españoles, que es lo que suele haber habitualmente en ella, como descubrió aquel afamado pistolero, el llamado mano lenta Bang Bang Rajoy, con acierto antes de retirarse a su rancho de Santa Pola. A el Rubio también se sirvió de la ayuda de un célebre murciano escupidor de aceitunas y procesador de señales cerebrales inalámbricas, así la Madame Esperanza Mamandurria, la lenguaraz dueña del salón del pueblo donde iban los rancheros a solazarse y cocerse en güiski y eran recibidos por la mujer ataviada con cofia y mantilla y marcándose un chotis.
Si bien coincidían en el objetivo común referido de salvar a España de no sé quién y no sé qué adversidades, lo cierto es que las tres bandas del Trifachito pugnaban su suerte en la Guerra de Secesión de la derecha, a tiros por el poder tras la retirada de mano lenta Bang Bang Rajoy a su rancho de Santa Pola, como quedó dicho. Eran los tres pistoleros de gatillo fácil y vida turbulenta, aunque subvencionada, jefes de sus respectivas bandas. Los tres andaban ofuscados como caballeros templarios a la búsqueda de un santo grial, de un tesoro que ninguno de los tres ganapanes podía localizar por si solo sin ayuda de los otros; el voto de la derecha hispánica, tesoro que resultaba tan esquivo como la cabra del mismo nombre que trisca en Monte Perdido, si es que queda alguna
El Feo, Santiago el Pistolas, andaba por ahí montado en un jamelgo, de excursión en las dehesas a galope tendido, jurando ante un crucifijo a todo aquel que le quisiera oír que el tesoro se encontraba en un cementerio que él situaba en el Valle de los Caídos; ahí está -decía-, posiblemente en el bolsillo de su guerrera, el testamento de nuestro generalísimo que definitivamente rendirá España al espíritu de Don Pelayo y nos llevará a la reconquista espiritual de todo bicho viviente. Partiendo de las murallas de Alpedrete –aullaba, ya francamente salvaje, excitado como un búfalo-, llegaremos hasta el mar, pasando por Zaragoza para invocar el patrocinio de la Pilarica y cruzando el Ebro a nado, si es preciso. No podemos fallar.
El Malo, Naranjto-Falangito, hombre de profundas dudas y livianas convicciones, dudaba sin embargo entre si el voto perdido podía estar en Altsasu, en Errentería o en el pueblo de Puigdemont, y de ahí que, acompañado de Inés-Juana Calamidad Montapollos, realizara sus excursiones habituales en plan pic nic cada domingo y a veces entre semana a ver si daba con él, acompañado siempre de un reducido grupo de fans dados al jolgorio y un montón de periodistas para recoger la hazaña en los telediarios.
El Bueno, por su parte, estaba seguro de que los dichosos votos los tenía secuestrados el pícaro Tezanos, el llamado Tahúr del algoritmo, escondidos en unas bolsas de basura depositadas en algún lugar de la geografía española. Encontrarlos -pensaba- era cuestión de tiempo.
Tras varios meses de duda viendo el desbarre de estos tres, los del Sindicato de Rancheros del Rifle 35, auténticos dueños del condado, decidieron meter en cintura a los tres mendrugos desquiciados, concluyendo en que de ir cada uno por su lado aquello no iría a ninguna parte, llegando a la conclusión de que El Bueno, dentro de lo malo, era el único que podía sacarles del atasco, y mejor ponerlo a él de Sheriff, siempre, claro está, que consiguieran controlar a los otros dos cabezas de chorlito.
El resto fue coser y cantar, ya que montaron una comisión de prohombres y fueron a hablar con quién tenían que hablar y, al cabo de unas horas, cada uno de los tres mendrugos recibió la misma llamada de quien la tenía que recibir. Pero, mientras el Pistolas y el Bueno aceptaron de buen grado las cosas como venían, al Naranjito-Falangito le dio por ponerse chungo, azuzado por la Inés-Juana Calamidad Montapollos, que le jaleaba diciéndole que valía mucho y que era el mejor con mucho, el más capacitado para hacer de sheriff, y así, Alberto Carlos de Granollers de nuevo regresó a sus conjeturas de siempre sobre el silencio, -lo oyen?, lo escuchan?-, la habitación de al lado y la banda Sánchez, y a los españoles, sobre todo le dio por invocar a los españoles, a quienes decía tener en concesión administrativa, emperrándose en que eran suyos y nada más que suyos, fueran de San Cugat del Vallés o de Boadilla del Monte. En los días siguientes, visto el cariz que tomaba la cosa, muchos de los lugartenientes que había acompañado al pistolero en sus inicios tomaron las de Villadiego, largándose con lo puesto a toda prisa como si tuvieran necesidad de ir al baño, quedándose con él sólo los de Villavillegas y la Inés-Juana.
La derecha andaba desolada, en un sin vivir vertiginoso de declaraciones, comparecencias, matices, asertos y apostillas de los tres cenutrios en las teles, atacándose entre sí mientras el malvado Tezanos continuaba sin soltar los votos, por lo que, decididamente hubo de intervenir quien tenía que intervenir…
Y quien tenía que intervenir decretó que en el otoño, con la caída de las hojas y los desamores que nos cambiaron a todos en el verano, -qué poético!- habría nuevas elecciones a Sheriff y ahí el colt más rápido impondría su ley, siendo la previsión que el Malo, que más que malo siempre fue un charlatán con pocas luces, muriera en un duelo crepuscular en el que los revólveres dieran su veredicto.
Y así llega el día del desenlace en el cementerio de las 5 mil y pico tumbas, donde una bala de el Bueno atraviesa limpiamente la frente del malo, haciéndolo un agujero como una moneda de un penique, atinando a decir este, ya muy perjudicado, como últimas palabras, “esto sin duda es el silencio; oyen, lo oyen, lo escuchan?, es el silencio, paqué nos vamos a engañar…”. Entonces, la JEC simplemente levanta acta del cadáver mientras el Killer de Aravaca sopla imperturbables obre el cañón de su colt antes de enfundarlo en la pistolera, consciente de que ahora sí, ahora disfrutará del favor del Sindicato de Rifle 35… Y así se van fundiendo los últimos planos de la peli con los títulos de crédito, mientras un jinete levanta el polvo del desierto cabalgando a toda hostia y suenan las trompetas de Ennio Morricone e incluso parece que por ahí aúlla un coyote…
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