En este momento, ALGUIEN TE ESTÁ ESPIANDO, puedes estar seguro…
Orwell se quedó corto en su pesadilla “1984”, en la que, en un Estado distópico, el Gran Hermano vigilaba y espiaba las anodinas vidas de sus ciudadanos. En cualquier ciudad del mundo, miles de cámaras nos monitorizan en espacios públicos abiertos, da igual que sea Londres, Gandia, Valencia o Nueva York. También las hay en aeropuertos, estaciones de trenes, grandes superficies comerciales, edificios de la administración o de grandes corporaciones y empresas. Pasamos por escáneres humanos, detectores de metales y controles biométricos en el acceso a edificios de todo tipo, juzgados, administraciones de la seguridad social, delegaciones de hacienda, etc. Google maps, y el montón de apps que llevamos en el móvil, registran nuestro desplazamiento espacial puntualmente, al segundo, recopilando nuestra «trazabilidad» como si fuéramos mercancías o frutas de mercado perecedero, además de las antenas de telefonía que siguen a nuestros móviles las 24 horas del día. Los emisores de tarjetas bancarias o comerciales rastrean nuestros desplazamientos, lo que compramos, a qué hora y dónde. Los mismos proveedores de tarjetas de crédito apuntan el detalle de nuestros hábitos y preferencias de compra tabulando los productos adquiridos, y con ellos van elaborando nuestro retrato robot de consumidor y sus estrategias de marketing personalizadas; a veces con nuestra cooperación al facilitarles datos para obtener la oferta o el regalo. Y, por último, las redes sociales, wasap, facebook, twitter, telegram, instagram, etc., recogen nuestras comunicaciones, contactos y conocidos con sus respectivos números de teléfonos, biografías, y contactos, agrupados además en coincidentes páginas, tendencias, etc. que delatan nuestras ideologías, sensibilidades sociales y creencias en una gigantesca red con millones de nodos.
En unos casos prestamos a todo esto nuestra «colaboración», más o menos forzada, en otros simplemente no nos enteramos, pero el resultado final en todo caso es la existencia de trillones de datos sobre nuestra vida y milagros que se registran y guardan en tiempo real en soporte de Big Data y luego son tratados con algoritmos para fines diversos, policiales y comerciales, fundamentalmente.
Nos hemos transformado en vigilados en el modelo de Estado Panóptico del ideal utilitarista de Bentham; no hay privacidad para los prisioneros, tampoco la hay para los ciudadanos. La novedad es que, además, ahora también nosotros somos vigilantes de los otros, con lo cual el modelo Panóptico llega a un bucle de perfección inimaginable.
La perspectiva no puede ser más inquietante, porque todos esos datos están en poder y manos de corporaciones contra las que nada podemos hacer, ni técnica ni políticamente, añadiendo a nuestras resignadas vidas el plus de impotentes ante el suceso.
En fin, que en esta era de la Modernidad Líquida de Bauman, nuestras historias personales apenas son pequeños nichos ya casi impersonales por transparentes para la Torre de Control de Bentham, resultando ineludible plantearse la célebre pregunta de Marta Peirano: Y por qué me vigilan si no soy nadie?
Solución, para hacer cosas feas métase debajo del edredón…
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