Rococó la lía parda una vez más. Se endilga sotana, roquete, casulla y capa y con voz cavernosa y de cazalla, el hombre vuelve por donde solía, por donde siempre estuvo, por sus íntimas convicciones carpetovetónicas de que el poder y la legalidad, – o las armas -, han de estar al servicio de la fe, de los buenos de verdad, mayormente de misa y comulgantes, y, si se tercia, ha de hacer espíar sus pecados a los malos. Y el caso es que para este fulano, somatén de la fe en lo divino y mayormente en lo terreno, en la guerra civil española parece que se terció y siempre lo cuenta a quien quiera oirlo. En este caso, en pleno fervor admirativo de la la obra de Suárez, ante el cónclave de prohombres del sistema congregados en el inhumatorio del duque, vuelve a soltar sus demonios paranóicos (curioso que se alojen en un cura con olor a ajo y a crucifijo) y refiriéndose a Suárez suelta: «… Buscó y practicó tenaz y generosamente la reconciliación en los ámbitos más delicados de la vida política y social de aquella España que, con sus jóvenes, quería superar para siempre la Guerra Civil: los hechos y las actitudes que la causaron y que la pueden causar». Más claro agua!. Mutatis mutandis, con su inteligencia de párvulo, el hombre se monta el rol de cardenal del agit -prop y nos lo reitera una vez más: pro abortistas, rojos, manifestantes, agitadores, librepensadores, racionalistas, catalanes y rojos separatistas, laicistas y demás istas y hasta simples informáticos; abstenerses, porque así sucedió y así volverá a suceder si os pasáis de la raya, porque ya sabéis que, como dijo Bob Dylan, Dios está de nuestra parte. Mensaje redondo. En eso consisten siempre las homilías de este mostrenco servidor de Dios, parece que escapado de la misma cueva que Don Pelayo cuando se lió con los moros.
O sea, que para la fe de este cristiano, cromagnon preconciliar, la actitud de unos españoles malos provocó que los otros, los buenos, eliminaran por las armas la constitución vigente, acabando con la democracia, la legalidad y la libertad y provocando sufrimientos a los otros, quienes fueron asesinados, encarcelados, y luego perseguidos y ninguneados durante décadas por el estado, las instituciones, los libros y la historia por defender el orden constitucional republicano.
Ocioso hablar de la bondad, caridad y amor al prójimo de éste, que se le supone, como supremo pastor del rebaño patrio… Ójala Dios y San Pedro le estén esperando en las puertas allá arriba para hacer claustro y revisar misterios y doctrina, que parece que el hombre anda un poco espeso y desorientado…
Pues eso, que la «Transición» esa, sea eso lo que sea, no concluirá hasta que elementos de estos quilates se retiren a los conventos con sus sotanas y ropones y dejen de enguarrar los púlpitos y al mismo Dios con sus indecencias verbales, a menudo profusamente diarréicas…
(1854)
Me gusta el post, aunque no todo los cardenales son igual, este nos avergüenza a los católicos sociales y de base. Una pena.
No entiendo cómo la Iglesia mantiene a este hombre como jefe en España. La verdad es que les hace mucho daño y no les aporta nada. Sería mejor que colgara los hábitos y se dedicara a la política que es su vocación.